miércoles, 29 de abril de 2009

La educación como Práctica de Libertad

En 1967, hace más de 40 años, Paulo Freire publicó su primer libro, Educación como práctica de la libertad. Este breve opúsculo es un lúcido y práctico preámbulo a su Pedagogía del Oprimido. En él, Paulo Freire se pregunta ¿qué significa educar, en medio de las agudas y dolorosas transformaciones que están viviendo nuestras sociedades latinoamericanas, en esta segunda mitad del siglo XX, con millones de analfabetos? Y nos contesta diciendo que la auténtica educación solo puede ser praxis, reflexión y acción del hombre sobre el mundo para transformarlo. Sabia y dura respuesta, sobre todo en el contexto que se produce,sociedades latinoamericanas de mediados del siglo XX, donde sólo plantear la posibilidad de la transformación social por medio de la acción del pueblo mismo, que toma el poder y se libera a través de la educación, puede resultar peligroso, incluso hoy en día. Anunciar la posibilidad de una nueva sociedad es convulsionar el orden anacrónico en el que todavía vivimos.

El libro que presentamos es sólo el punto de partida de una vasta y profunda tarea pedagógica que está muy lejos de haber llegado a su fin.

El fundamento de su praxis educativa será su convicción de que el hombre fue creado para comunicarse con los otros hombres. Este dialogo nos exige una actitud de gran tensión creadora, de poderoso despliegue de la imaginación. Su cristianismo militante y de la teología de la liberación permite comprender que su mensaje de libertad, justicia o igualdad se debe materializar en la práctica. Sólo entonces, las palabras no serán ya vehículos de ideología alienantes, o enmascaramiento de una cultura decadente, sino generadoras de instrumentos de transformación auténtica y global, del hombre y la sociedad. Por eso, en Freire, la educación se convierte en un acto de amor, de coraje; es una práctica de la libertad dirigida a la transformación de la realidad. Para él la opción está entre una “educación” para la “domesticación” alienada y una educación para la libertad. Educación para el hombre-objeto o educación para el hombre-sujeto.

Las formas y métodos tradicionales de alfabetización de adultos le parecieron pronto insuficientes. Presentan los grandes defectos de toda tarea educativa convencional: se prestan a la manipulación del educando y terminan por domesticarlo, en lugar de hacer de él una persona realmente libre. Una propuesta pedagógica alternativa y diferente, como la de Paulo Freire, supone la emergencia de las clases populares en la historia de los países en desarrollo y la crisis definitiva de las viejas élites dominantes. O lo que es lo mismo, “elevación del pensamiento de las masas”, que se suele llamar apresuradamente “politización”.

En su noción tradicional, el analfabetismo aparece como una especie de mal, de enfermedad o hierba dañina de nuestros pueblos, que debe ser erradicado. Frente a ella, Freire lo ve como “una explicitación fenoménico-refleja de la estructura de una sociedad en un momento histórico dado”. Una concepción crítica, que hace derivar de causas estructurales las consecuencias en los individuos, que exige y obliga a concebir de forma radical la tarea de educar. La alfabetización y el resto de tareas de la educación, no se pueden concebir como actos mecánicos; la tarea de educar ha de ser creativa, transformadora y liberadora de los hombres. Debe hacerlos pensar y concienciarlos.

 

 Por tanto, la alfabetización, y, por ende, toda la tarea de educar, sólo será auténticamente humanista en la medida en que procure la integración del individuo a su realidad nacional, en la medida en que le pierda el miedo a la libertad, en la medida en que puede crear en el educando un proceso de recreación, de búsqueda, de independencia y, a la vez, de solidaridad.

Al llegar a este punto, descubrimos que el pensamiento pedagógico de Paulo Freire es en realidad un pensamiento político, y que alfabetizar, y, por ende, toda la tarea de educar, implica, o es sinónimo, de concienciar al analfabeto, concienciar al oprimido. Por tanto, presupuesto previo en este proceso será la concienciación del educador, que ha de compartir, en pensamiento y acción, el dolor y las necesidades de las inmensas masas oprimidas, y luchar para destruir estas injusticias.

La conciencia del analfabeta es una conciencia oprimida. Enseñarle a leer y escribir es algo más que darle un simple instrumento de comunicación. Se trata de facilitarle, simultáneamente, un proceso de concienciación, esto es, de liberación de su conciencia, de despertar su conciencia, con vistas a su posterior integración en su realidad nacional, como sujeto de su historia, de la historia. Un cambio de mentalidad que implica comprender realista y correctamente la ubicación de uno en la naturaleza y la sociedad; la capacidad de analizar críticamente sus causas y consecuencias y establecer comparaciones con otras situaciones y posibilidades; y una acción eficaz y transformadora. Psicológicamente, el proceso encierra la conciencia de la dignidad de uno: una “praxis de la libertad”, a través del dialogo y la comunicación interpersonal.

En esta época demagógica, que se hace trampa incluso con el mensaje a los oprimidos, nos sorprende el valor que otorga Freire a la palabra, en su triple dimensión: como reflexión, como acción transformadora de la realidad y como derecho de todos los hombres. Por eso, la verdadera educación es dialogo e implica la interacción dialéctica entre educador y educando. Nadie es analfabeto, inculto o iletrado por decisión personal, sino por imposición de los demás hombres, a consecuencia de las condiciones objetivas en las que se encuentra.De la no superación de la contradicción educadoreducando, resulta: Que el educador es siempre quien educa, sabe, disciplina, habla, prescribe, elige el contenido de los programas, es el sujeto del proceso educativo. Que el educando es siempre quien es educado, no sabe, es disciplinado, sigue la prescripción, recibe pasivamente los contenidos, a modo de un depósito vacío que hay que llenar, es, en definitiva, el objeto del proceso educativo. Una concepción de estas características hace del educando un sujeto pasivo y de adaptación. Desfigura totalmente su condición humana. Lo “cosifica”. No tiene conciencia de si mismo y su realidad. Está vacío y su conciencia se nutre de pedazos y residuos elaborados por otros.

La pedagogía de Freire es, por excelencia, una “pedagogía del oprimido”. No postula, por tanto, modelos de adaptación, de transición, ni de “modernidad” de nuestras sociedades. Postula modelos de ruptura, de cambio, de transformación total. Es una “pedagogía de la libertad” que lleva implícito el germen de la revuelta, y que implica el proceso de maduración de la conciencia, que pasa de mágica, ingenua, crítica a conciencia política. Es el resultado natural de la toma de conciencia que se opera en el hombre y que despierta a las múltiples

formas de contradicción y opresión que hay en nuestras sociedades. Hay prácticas de dominación, y esa toma de conciencia hace evidentes esas situaciones y la necesidad de luchar contra ellas. Y aquí está el quid de la cuestión: la “pedagogía del oprimido” se convierte en la práctica de la libertad.

En definitiva, la educación que propone Freire es, eminentemente problematizadora, fundamentalmente crítica, virtualmente liberadora, que exige reflexión, análisis y transformación, con una actitud que no se detiene en el verbalismo o el mensaje formal, sino que exige acción. 


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